El embarazo en todas sus aristas

Cada familia es un sistema. La llegada de un niño modifica todas las estructuras y funciones, y le da una nueva identidad a cada integrante. Parir un bebé es volverse a parir a una como mujer y como madre. Descubramos el renacer de la mano de la maestría más valiosa: nuestros hijos.

Derribemos un mito: estar embarazadas, para más de la mitad de las mujeres, es incómodo, pesado y angustiante. Es cierto, nos emociona y empodera ser capaces de gestar una vida, no dejamos de maravillarnos al pensar que tenemos dos corazones latiendo en el cuerpo y nos encanta mostrar cómo va creciendo la panza (pero evitemos mostrar cómo nos crecen las piernas, por favor). Sin embargo, la dulce espera es una espera ardua y muy incómoda. La mayoría de las embarazadas pasamos por los síntomas más diversos: vómitos, náuseas, hinchazón, falta de aire, acidez, estreñimiento, limitación en la movilidad, dolores de espalda, puntadas, dolor de cabeza, agotamiento, etc. Se siente algo como “paren este juego, me quiero bajar ya”. El cuerpo se convierte en un instrumento de otro, somos un canal, y toda nuestra biología está a disposición de un otro, que si bien es nuestro hijo, tiene un ADN diferente y nos está habitando como un perfecto extraño. Las sensaciones físicas se acompañan de grandes vaivenes emocionales. Sentimos un inmenso amor e indignación al mismo tiempo. Quisiéramos que el mundo se detuviera a sentir como nosotras, pero el mundo no lo hace, y no solo eso, nuestro varón (marido, pareja, novio) tampoco.

Hasta la semana 16 o 18 no se sienten los movimientos del bebé. Primero los sentimos las mamás, como pequeñas mariposas dentro de nosotras. Esto suele ser un quiebre en la gestación ya que la mamá empieza a tomar conciencia permanente de la presencia de ese otro, y se inicia la comunicación con nuestro hijo. Cuando el varón comienza a ver, escuchar y sentir los movimientos de su hijo (es una experiencia para vivir con todos los sentidos), esa familia se concreta como un trío mamá-bebé-papá. El padre necesita un contacto precoz con su hijo y este se da a través de las mujeres, que los habilitamos, invitamos y permitimos ese lugar de conexión. Muchas madres somos celosas del vínculo con nuestro bebé intraútero, porque nos hace sentir poderosas y completas, sin embargo, en el bebé está intrínseco su padre y me parece vital ser generosas con nuestros hombres y proyectar juntos el tipo de parto y crianza que deseamos los dos.

Algunos papás me dan a entender que se les pide mayor madurez cuando menos la tienen, ya que ser padres por primera vez genera miedo a perderse, perder tiempo para el desarrollo personal y libertad para el ocio. Entonces se trata de ir siendo honestos con nuestros sentires y conocer nuestros límites. Poder estar comunicados entre nosotros como pareja y saber pedir ayuda por fuera si nos sentimos solos o desbordados. El mundo laboral nos pide que sigamos siendo igual de efectivos durante el embarazo y la crianza de niños pequeños, pero eso no es posible, ya que gestar un hijo es una labor demasiado grande, comprometida e intensa. Un hijo consume toda la energía psíquica, física y emocional de sus padres, y lo digo por experiencia.

La mujer le teme a los cambios físicos y al parto. Muchas sienten que con el bebé en casa todo va a fluir, pero tienen gran incertidumbre con el momento del parto, el ingreso a la institución, el dolor, el poder o no reconocer la llegada del bebé, etc. Otro miedo frecuente es a la posibilidad de algún problema de salud del niño. Además el resto de las mujeres querrá contarle a la embarazada sus propias experiencias de parto y lactancia, y esto no hace más que confundirla y enfrentarla a alguna experiencia ajena a la suya. A la embarazada hay que acompañarla, escucharla y contenerla, no aconsejarla, sí se le puede acercar información para que ella misma investigue, aprenda y encuentre su línea en cuanto al parto que desea. Todas las personas tenemos derecho a un trato humano y cálido, y sobre todo en situaciones de extrema vulnerabilidad y exposición como es un nacimiento, no somos nosotras las que tenemos que adaptarnos al sistema, sino el sistema es el que tiene que pensar en la salud emocional de la pareja gestante. La experiencia en el parto será fuerte y dejará marcas en madre y bebé, sin embargo, es un momento corto, que pasa fugazmente, y luego llega todo lo demás: nadie nos contó lo difícil que era y que no se parece en nada a la tapa de las revistas donde las modelos espléndidas muestran a sus bebés limpios y preciosos. La maternidad es salvaje, desordenada, maloliente, amamos y odiamos al bebé, queremos olerlo y comerlo al mismo tiempo. El varón comienza a sentir este vértigo y se conecta con la posibilidad remota de que la paternidad es de mucha labor y voluntad puesta en casa.